Sus
manos temblaban al encender la computadora. Aún no acababa de creer que
finalmente había conseguido aquello a lo que había dedicado tantos años de
búsqueda.
Ni siquiera había desempacado sus maletas; hacía apenas
una hora desde su arribo al aeropuerto y estaba agotado luego de un largo vuelo
desde Asia, sin embargo, poco le importaba que su cuerpo le demandara descanso
y alimento, lo único que tenía en mente era estrenar su más reciente
adquisición.
En su gran pantalla de 120 pulgadas apareció una pirámide
con un ojo en su centro. Su fondo de escritorio. En torno a esta imagen había
cientos de íconos de programas poco conocidos para el común de la gente y cuyas
funciones estarían incluso fuera de su comprensión. Había además decenas de
enlaces directos a carpetas donde guardaba artículos, imágenes y videos que
robarían en sueño a los más valientes, e incluso a los más perversos. Aquellas
eran las herramientas y los frutos de una vida secreta, una vida dedicada a la
búsqueda infatigable de lo desconocido cuyo campo de exploración era la
profundidad de internet.
En el mundo real, él no era más que un rico excéntrico,
pero en el plano cibernético, donde ostentaba el seudónimo de Prometeo1618,
gozaba de mayor poder. Sus conocimientos y habilidades eran tales que, si lo
quisiera, podría formar parte de alguna importante organización de hackers de
talla mundial, pero no era aquello lo que buscaba. No le interesaba ser ladrón,
altruista o terrorista. No era esa la clase de poder que ambicionaba. Lo que a
él motivaba era un deseo insaciable de conocimiento. La verdad acerca de la
realidad. Saberlo todo.
Prometo 1618 tenía la habilidad de estar en todos lados y
en ninguno. En aquel océano virtual se desenvolvía como una rara especie de pez
de aparente bajo perfil, pero altamente apto para la supervivencia, capaz de
defenderse de grandes depredadores e incluso devorarlos si acaso fuera
necesario. Su principal talento era el mimetismo y lo usaba para mantenerse en
el anonimato e ir cada vez más profundo, siempre más adentro, allá donde la
mayoría no podía llegar. Quizá donde jamás nadie había estado.
Con dedos ansiosos tomó su teléfono inteligente y lo
abrió para extraer la pila. Haciendo uso de una lupa montada sobre un soporte
plástico y unas pequeñas pinzas, extrajo del sitio donde había estado la
batería un diminuto cuadrado de plástico. Se trataba de un dispositivo de
almacenamiento desconocido para el mercado, capaz de contener terabytes de
información y pasar inadvertido a controles de seguridad en aeropuertos. Aquel
pequeño pedazo de plástico le había costado más de un tercio de su fortuna y
había significado una búsqueda de casi cuatro años. Pero la larga secuencia de eventos
que lo llevaron a ese momento inició hacía mucho más tiempo.
Todo comenzó con la Deep Web. La Red Profunda. Cuando
escuchó hablar por primera vez sobre aquello, en su juventud, le pareció algo
exótico, casi fantástico. Una leyenda. Se lo habían presentado como el lado
oscuro del internet, un inframundo virtual donde circulaban indescriptibles
horrores y también donde se hallaban grandes secretos. Para él, que ya era un
ávido turista de páginas extrañas que presumían poseer verdades ocultas,
aquello pareció toda una revelación e investigó de inmediato. Pronto descubrió
que la Red Profunda no era un lugar legendario, sino uno lógicamente real.
Necesario. Elemental. Era internet, ni más ni menos. Internet en estado puro.
Internet privado. Íntimo. A veces prohibido.
Más allá de la amigable coraza de redes sociales, blogs,
correo electrónico, pornografía legal y videos de gatitos; más allá de los
límites del www; más allá del ojo público, se encuentra el sitio donde los
criminales hacen negocios; donde el mercado negro muestra sus catálogos; donde
los sicarios anuncian sus servicios; donde afloran las perversiones sexuales
más abominables y donde los gobiernos y poderosos grupos guardan secretos.
Para acceder a este terrible y fascinante mundo,
Prometeo1618 debió conseguir un software especial. Un navegador que prometía
guardar su identidad y permitirle ver aquellos sitios que estaban fuera del
alcance de los motores de búsqueda convencionales como Google o Yahoo! Le tomó
tiempo, esfuerzo y dinero aprender a sumergirse con soltura sin ahogarse en el
intento. En un principio fue presa fácil para hackers, pero pagó a maestros en
este arte para que lo educaran y con el tiempo logró dominar esta actividad.
Como el infierno descrito por Dante Alighieri en La
Divina Comedia, la Deep Web se divide en niveles y cada uno es peor que su
anterior. La gran mayoría de los curiosos se desplazan por el primero, pero
para Prometeo1618 aquello pronto se convirtió en un campo de juego infantil,
por lo que se esmeró en mejorar sus habilidades y pronto logró ahondar en los
siguientes tres niveles. Ahí encontró precisamente lo que siempre había
buscado: conocimiento. Una visión inmensamente más amplia de la realidad. Llegó
a conocer, por ejemplo, la auténtica identidad de los famosos del cine y la
televisión, sus escándalos jamás revelados a la luz pública. Supo la verdad
sobre decenas de muertes extrañas, dudosos suicidios e incluso asesinatos de
personajes célebres de la historia, la farándula y el arte. Conoció quiénes
eran los verdaderos gobernantes de su país y quiénes en realidad administraban
la economía mundial. También consiguió ubicar cuáles eran las mafias más
poderosas y sus áreas precisas de operación.
Ahondó también sobre lo que él consideraba la vida fungi
de las profundidades; el hongo acumulado en los recovecos más oscuros de
internet; la repugnante podredumbre humana. Aquel vasto universo de
inclasificables especies y formas al que por falta de léxico, la mayoría de la
gente insistía en globalizar como pornografía. Conoció mil y una parafilias que
ni siquiera sospechaba que existieran; vio hasta dónde es capaz de llegar el
hombre cuando su deseo de placer traspasa las fronteras de la carne y los
sentidos. Cuántas maneras hay de torturar a un bebé; cuántas de cocinarlo y
comerlo.
Contempló aquello no porque le gustase, sino porque su
deseo de conocimiento no tenía restricciones. Aquello formaba parte de su
objetivo de mirar a la humanidad directamente a los ojos y saberlo todo sobre
ella. Su lado oscuro no podía quedar de lado.
¿Para qué reunía esta información? No lo sabía.
Simplemente la codiciaba. Era una adicción. Y como toda adicción, no hace más
que crecer y conforme más se tiene, más se desea.
El siguiente paso fue la Red Mariana. Bautizada así en
honor a la fosa oceánica más profunda conocida en la Tierra, el nivel cinco de
la Deep Web era considerado por muchos el punto más bajo de internet, aunque
para otros no era más que un mito. También era conocida por el nombre de Zion y
se decía que quien lograra entrar corría el riesgo de perder la razón. Los
foros hacker bullían de historias sobre osados colegas que habían terminado
desaparecidos o muertos tras haberse aventurado a mirar donde no debían. Sin
embargo, nada de esto disuadió a Prometeo1618 de intentarlo él mismo.
No fue fácil lograrlo. El lenguaje críptico que debió
dominar equivalió prácticamente a aprender otro idioma y tuvo que proveerse de
un complejo y costoso sistema de seguridad que lo protegiera tanto en el plano
cibernético como el físico, pero finalmente logró penetrar en el infame abismo
digital. Era verdad, lo que había ahí tenía la capacidad de destruir la mente
de los más débiles y los no tanto. Pero él estaba preparado para ello. Era de
hecho un sueño hecho realidad.
Su primer objetivo fue penetrar la intimidad de gobiernos
y sociedades anónimas para apoderarse de sus secretos. Descubrió cosas que
aunque fueran reveladas, jamás serían aceptadas por la sociedad como ciertas,
pues trasgredían todo lo establecido y lo que la gente menos quiere es abandonar
su zona de confort. La información adquirida de estas aventuras la guardaba
celosamente en un CPU sin conexión a internet. Su vida estaba en juego, pues
había gente muy poderosa detrás de aquellas revelaciones.
Supo, por ejemplo, que había nuevas drogas cocinándose en
algún lugar, alistándose para entrar al mercado en un momento establecido. Se
enteró también sobre el desarrollo de un virus incurable cuyo objetivo era
controlar la población en África. Aprendió sobre nefastos nexos entre
gobiernos, grandes corporaciones, asociaciones criminales y grupos terroristas,
y con el tiempo logró conformar una gran lista de gobernantes, dictadores,
líderes religiosos, activistas, políticos, incluso celebridades, que morirían
en los próximos diez años. Tenía incluso algunas fechas exactas. Sin embargo,
por asombrosas que fueran todas estas revelaciones, no fue ni de cerca lo más
perturbador que encontró en la Mariana.
Durante sus largas exploraciones en los niveles
superiores de la Deep Web, Prometeo1618 había encontrado infinidad de evidencia
fotográfica y de video sobre fenómenos paranormales. Poseía en su disco duro
videos impresionantes sobre actividad paranormal y manifestaciones fantasmales
que clamaban ser cien por ciento reales y que difícilmente podían refutarse. Se
trataba de información intercambiada anónimamente por grupos de investigación y
sociedades dedicadas a este estudio, y era precisamente ese anonimato lo que
hacía dudoso que se tratase de videos falsos. Prometeo1618 había aprendido
hacía mucho tiempo que todo, absolutamente todo lo que se distribuía
públicamente era mentira.
De igual manera había descubierto evidencia gráfica de
otro tipo de criaturas desconocidas por la biología establecida. La llamada
criptozoología. Algunas eran familiares y populares en el folclor, como las
hadas, los duendes, las sirenas, los hombres lobo; incluso el chupacabras, el
hombre de las nieves y otros seres de esta clase. Las imágenes eran
escalofriantes, pero lo más inquietante era que no se trataban de material público,
sino privado. Nadie lucraba o se beneficiaba aparentemente con éste. La misma
historia ocurría con información relacionada con el fenómeno ovni y otros temas
por el estilo.
Prometeo1618, si bien le otorgaba el beneficio de la duda
a todo esto, poseía la objetividad suficiente como para tampoco dar nada por
cierto. Era, a final de cuentas, información intercambiada por gente apasionada
por el tema. Muchos de ellos eran investigadores e incluso científicos, pero no
dejaban de ser humanos con deseos de probar sus teorías.
En la Red Mariana encontró también información de este
tipo, pero infinitamente más perturbadora, pues ésta no era intercambiada por
fanáticos, sino por organismos gubernamentales y sociedades secretas. Muchos de
los documentos que encontró, todos en lenguaje críptico y rara vez respaldados
por material gráfico, salvo algunas espantosas excepciones, hablaban con
seriedad sobre varios de aquellos fenómenos, aunque de manera diferente. Sin
misterio. Con mayor naturalidad, podría decirse. Uno de ellos, por ejemplo, era
un detallado reporte sobre una extraña raza humanoide de incalculable
antigüedad que habitaba en zonas rurales de Europa occidental. Muchas de las
características de esta especie mencionadas en el documento le recordaron claramente
a los vampiros, aunque tal palabra no figuraba en el reporte.
Como éste había infinidad de documentos que sugerían la
presencia de seres fantásticos viviendo entre los humanos. Pero lo más
inquietante era que muchos reportes daban detallada cuenta de eventos sucedidos
cientos, miles y hasta millones de años atrás, y no como meras teorías, sino
como verdades documentadas. Hacían mención además de una gran cantidad de
eventos históricos de los que él jamás había escuchado; cataclismos de
proporción global, guerras mundiales milenarias, descubrimientos científicos
que hasta donde él sabía aún no se había producido. Hablaban también del
hallazgo, siglos atrás, de antiquísimas ciudades construidas por razas no
humanas en las profundidades del océano, en la superficie de la luna, en los
desiertos de Marte, en los satélites de Júpiter y en planetas que no sabía que
existían.
La Red Mariana había significado para Prometeo1618 todo
lo que siempre había deseado y mucho más. Pero las adicciones no conocen
límites y aun siendo conocedor de tan grandes verdades, se preguntó si sería
posible saber más.
Determinó que la respuesta era sí. Por principio
filosófico, la luz del conocimiento no hace más que revelar la magnitud de la
ignorancia. Cada pregunta contestada, genera dos nuevas. Prometo1618 sabía esto
perfectamente e intuía que todas aquellas revelaciones no eran más que piezas
de un colosal rompecabezas. Pronto se convenció de que, irónicamente, había
quedado como al principio. Si bien había alcanzado el punto considerado como el
más profundo del océano informático y paradójicamente el más alto en lo que a
percepción de la realidad se refiere, sabía que aquella no era la cumbre de la
montaña. Debía haber más. Tenía que haber más.
Años de obsesiva búsqueda en los oscuros abismos de la
Mariana finalmente lo condujeron a otro presunto mito: anahtar0. Muy pocas
personas en el mundo sabían sobre la existencia de ese programa. No había
registro alguno de nadie que se supiera lo hubiera utilizado jamás. No había
siquiera cuentos para espantar a los curiosos, y es que las pocas personas que
sabían al respecto, no se tomaban el tema a broma. El mito de anathar0
prevalecía como tópico tabú en los foros más ocultos y fue a través de éstos
donde obtuvo mayor información, siempre de segunda mano.
También conocido como Pandora’s Key, se decía que el
programa había sido diseñado por un árabe loco y daba acceso a lo que sin duda
sería el borde del universo en términos cibernéticos. Según el mito, no había
nadie que, se supiera, poseyera el programa completo, sino que la inmensa
cantidad de proxys y motores de búsqueda que lo componían estaba dispersa por
todo el mundo. Cada uno de estos elementos, con nombre propio, significaba ya
una poderosa herramienta para sus dueños. Algunos dicen que anathar0 era en
realidad un programa para unir a todos aquellos elementos; otros afirman que
había nacido como resultado de una coincidencia que burlaba las leyes de
probabilidad. La mano de Dios… o tal vez la del Diablo.
La búsqueda por todos los elementos duró casi cuatro años
y cientos de miles de kilómetros recorridos en aviones, barcos y vehículos.
Siempre buscando al hombre que conocía al hombre que conocía al hombre. Se vio
obligado a usar sus habilidades de hacker para hacer algunos desagradables
favores y aprovechó algunos de sus secretos para chantajear a personas clave.
Ganó algunos enemigos e hizo amigos que nadie quiere tener, pero al final,
confiaba, todo valdría la pena.
Finalmente, la última pieza de lo que sin duda era el
Santo Grial del mundo cibernético había llegado a su poder. Aquel último
elemento, el más difícil de encontrar, se llamaba precisamente anathar0. El
último eslabón. La cabeza de aquel monstruo de Frankenstein compuesto de
pedazos de información.
La persona que se lo proporcionó, un palestino extraño nombre, aparentaba vivir en la extrema pobreza en uno de los barrios
más marginados de Bethléem y daba la impresión de que no estaba del todo bien
de sus facultades mentales. Sin embargo, debajo de su mísera choza, en un
sótano secreto, poseía una de las computadoras más avanzadas del planeta. Fue
él quien, con una demencial sonrisa carente de dientes, le entregó la unidad de
memoria que habría de esconder en su teléfono celular, un diminuto pedazo de
plástico que guardaba lo que Prometeo1618 esperaba fuera la llave que abriera
la última puerta del saber.
La instalación tomó varias horas muy a pesar de la enorme
capacidad de procesamiento de su computadora. Aprovechó el tiempo para
prepararse; dio la semana libre a todos los empleados domésticos de su mansión,
incluyendo a jardineros y demás personal que trabajaban en el exterior. Se
aseguró de guardar suficiente comida en las despensas y refrigeradores, pues no
pensaba salir al exterior en varios días. Finalmente llevó a su gran bunker
subterráneo, su centro de operaciones, una botella del mejor vino de su bodega.
Aquel momento, por supuesto, ameritaba un festejo.
Instalado ya frente a su gran pantalla, copa en mano, dio
los últimos pasos en la instalación del software y abrió el navegador. Dominar
el extraño y múltiple lenguaje en que se manejaba anathar0 había sido parte de
su largo camino; cada uno de las claves de acceso se componía de cientos de
caracteres alfanuméricos y símbolos de los códigos ASCII, KOI8-R y muchos
otros; algunos de ellos desconocidos por él hasta hacía poco.
Todo estaba listo. Dio un trago a su copa de vino y
posando los dedos sobre el teclado se dispuso a cruzar el umbral.
***
Tres años, diez meses, dos semanas, cinco días y catorce
horas había sido el tiempo total que tomó a Prometeo1618 posar la mano en aquel
pomo y girarlo, pero bastaron sólo siete minutos para que intentara salir por
donde había entrado y cerrar la puerta de golpe. Sólo que ya era demasiado
tarde.
Lo que consideraba imposible había sucedido al fin:
alguien lo había descubierto. De pronto su teclado dejó de responderle y la
pantalla se tornó roja. Una voz horrible, resonante, gutural, cavernosa, capaz
de helarle la sangre, brotó de las bocinas de alta definición.
–¡¿Quién?! –exigió saber la voz en un idioma ignoto que
para terror de Prometeo1618, inexplicablemente podía comprender. El tono era
hostil y su imponencia era absoluta, casi paternal. Poseía además algo no
humano en el timbre que hacía que el sólo hecho de escucharla pareciera algo
prohibido, pecaminoso.
Prometeo1618 cayó en pánico, pero consiguió apagar tan
pronto como pudo la computadora y desconectar el módem que proveía internet a
su máquina y demás dispositivos vía wi-fi. Las bocinas no dejaban de emitir la
misma pregunta: “¡¿Quién?!... ¡¿Quién?!”. También las desconectó.
Su corazón latía a toda velocidad, sus piernas temblaban.
Sabía que quien lo había descubierto seguramente tendría ya suficiente
información de él como para encontrarlo. Tenía desde luego un plan para ese
tipo de situaciones, conocía a infinidad de profesionales que podían ayudarlo a
desaparecer del mapa y poseía propiedades en varios países que no figuraban en
ningún registro, pero se preguntó si aquello sería suficiente y si tendría
tiempo de siquiera intentarlo.
Tomó su celular y comenzó a marcar un número, pero
interrumpió esta acción cuando repentinamente las bocinas volvieron a
accionarse, exclamando la misma furiosa pregunta. La computadora se encendió de
nuevo y mostró en la pantalla su fondo de escritorio: la pirámide con el ojo en
el centro. Pero había una espantosa diferencia, el ojo estaba vivo y lo miraba
con rabia.
Corrió hacia la toma de luz eléctrica y desconectó todos
los aparatos, pero fue inútil, la imagen seguía ahí y la terrible voz no
paraba. Sudando frío huyó del bunker. No tenía un plan preciso, sólo quería
alejarse de aquel horror. En el camino se percató de que su teléfono celular,
aun en mano, emitía un sonido. Al voltear a verlo constató lo que ya temía: el
ojo acusador, el fondo de pantalla de computadora, ahora estaba en la pequeña
pantalla de su dispositivo móvil y la misma pregunta brotaba de las pequeñas
bocinas. Lo arrojó a un lado y enfiló hacia las escaleras que conducían al
resto de la mansión. Lo aguardaba la locura total, pues en cada una de las
pantallas distribuidas en toda su propiedad, televisiones y paneles
inteligentes, lo aguarda el ojo. Y desde todas las bocinas, incluyendo por
supuesto las de su potente sistema de entretenimiento, la monstruosa voz lo
cuestionaba sin cesar. La cabeza le dio vueltas y no pudo contener el vómito.
Lo único que se le ocurrió hacer a continuación fue ir a la cochera, tomar uno
de sus vehículos y salir sin rumbo fijo.
Condujo durante horas, dando vueltas por la ciudad, hasta
que su estado de euforia pasó y finalmente reunió el valor para entrar a un
bar. Sin poder evitarlo, miraba con paranoia todo dispositivo electrónico a su
paso; desde el iPhone de la chica a su lado, hasta la antigua televisión
análoga de la cantina. Tuvo la intención de embriagarse, pero ni siquiera
terminó el único trago que pidió. Alguien intentó hacerle plática, pero su
mirada estaba perdida en el vacío.
Cuando el cansancio finalmente hizo mella en él, se
decidió a ir un hotel. Buscó el más barato, sin conexión a internet y solicitó
expresamente que retiraran la televisión de su habitación. Luego de largo rato
de mirar el techo, finalmente logró dormir.
***
Cuando abrió los ojos no vio nada, lo rodeaba la más
espesa oscuridad. El cuarto de hotel había desaparecido, la cama había
desaparecido; ahora estaba de pie en medio de un océano de ébano absoluto.
Intentó caminar, pero era como hacerlo debajo del agua;
sus movimientos eran lentos y requerían de mucho esfuerzo. Quiso gritar, pero
de su boca no brotaba sonido alguno. Quiso despertar, pero tampoco pudo.
Escuchó pasos a lo lejos y por alguna razón supo que se
trataba de alguien calzando zapatos elegantes. Sea quien se sea, atravesaba la oscuridad para
dirigirse hacia él.
Gracias a esa fenomenal conciencia onírica que gozan los
que se saben dormidos, supo que quien venía lo hacía en representación de Aquello detrás de
la horrible voz. Supo que la información que quería la habían obtenido apenas
había cerrado sus ojos, dando libre acceso al subconsciente. Supo que había hackeado sus sueños. Supo que iba a mostrarle precisamente lo que él
siempre había buscado: la verdad absoluta. Supo que no era un premio, sino un
castigo. Un acto de sadismo. Supo que nunca volvería a despertar.
Vaya, excelente relato, Carlo, tomaste varios mitos e incluso creaste unos propios y los presentas de una manera limpia y creíble desde el punto de vista informático. La verdad me gustó mucho tu trabajo, me recordaste al Necronomicon y su autor, jejeje. Felicitaciones. Un abrazo
ResponderBorrarGracias, Alonso, por el comentario. Así es, quise hacer un pequeño homenaje a uno de mis autores favoritos.
BorrarMuy intrigante de principio a fin. Realmente disfruté con el hecho de ésa mezcla entre horror lovecraftiano y tecnología.
ResponderBorrarAbrevando de las diversas leyendas urbanas (otras no tanto como la deep web) lograste sacar un producto original, cosa harto dificil en estos tiempos.
Congratulaciones por sacudirte el clicheresco "NWO", conspiraciones paranoides, altas esferas del poder, control mundial, etc, etc. Es de agradecer el giro final.
Me inclino a pensar que el personaje hace contacto con una vasta e incomprensible entidad, oculta en lo más profundo del cyberespacio.
Horror + Tecnología, combinación ganadora. En suma, un excelente ejercicio literario.
PD. Lindo el guiño a Lovie con eso del árabe loco, solo quitaría el nombre, para no hacerlo tan obvio.
Saludos fraternos.
Excelente historisa. No soy un conocedor de estos temas, pero como a todas las personas, me enloquecen las buenas historias. Adicto a ellas como el personaje central de este relato. Carlo, mil felicidades. La devoré en pocos minutos y quedé con ganas de leer más.
ResponderBorrarMuy buen relato. Tiene esa idea de terror lovecraftiano sobre la imposibilidad del ser humano de alcanzar ciertas esferas del saber, pero en el mundo moderno.
ResponderBorrar¿Acaso recibió la llamada de Cthulhu?
Abrazo.
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