Como
siempre, es en este momento que toda mi vida, todos mis errores, todos mis
pecados, desfilan ante a mis ojos, recordándome quién soy y lo que hago aquí. Mi
verdugo se encarga de recitarme los momentos más infames de mi banal
existencia.
Ahora gira el mecanismo un poco más y el aceite sobrepasa mis tobillos; hago un esfuerzo por suspenderme, pero es inútil, mis muñecas están rotas. Sin embargo, mi cerebro funciona a la perfección y me informa que la piel, tejidos y huesos de mis extremidades inferiores son freídos lentamente. Para mi desgracia ya no cuento con el beneficio de un estado de shock o un desmayo, ni siquiera con el cese de mis funciones corporales, así que estaré consciente de todo, centímetro a centímetro, hasta que mi conciencia se disuelva en la burbujeante sustancia.
La rutina es tan horrorosa como siempre, mi verdugo no desperdicia un solo nervio de mi cuerpo para hacerme sentir, sin embargo yo sonrío. Lo hago por dentro, desde luego; detrás de mi rostro descompuesto por el martirio, hay otro sonriente. Sonrío porque me prometieron que hoy será la última vez.
Ahora gira el mecanismo un poco más y el aceite sobrepasa mis tobillos; hago un esfuerzo por suspenderme, pero es inútil, mis muñecas están rotas. Sin embargo, mi cerebro funciona a la perfección y me informa que la piel, tejidos y huesos de mis extremidades inferiores son freídos lentamente. Para mi desgracia ya no cuento con el beneficio de un estado de shock o un desmayo, ni siquiera con el cese de mis funciones corporales, así que estaré consciente de todo, centímetro a centímetro, hasta que mi conciencia se disuelva en la burbujeante sustancia.
La rutina es tan horrorosa como siempre, mi verdugo no desperdicia un solo nervio de mi cuerpo para hacerme sentir, sin embargo yo sonrío. Lo hago por dentro, desde luego; detrás de mi rostro descompuesto por el martirio, hay otro sonriente. Sonrío porque me prometieron que hoy será la última vez.
Despierto
en la oscuridad. La terrible oscuridad. ¿Creen que es mejor que la rutina? No,
aquí no hay paz. La oscuridad y la rutina son dos lados de una misma moneda. El
remordimiento llega a ser peor que el dolor; y claro, cuando llega, todo es
preferible al tormento. Además está la angustia; la oscuridad puede prolongarse
solo unos segundos antes de volver a la rutina, o bien pueden transcurrir años.
Nunca lo sabes. En cualquier momento volverás a encarar a tu verdugo y éste siempre
tiene una novedosa sorpresa para ti. Hoy la angustia es peor que nunca.
¿Cumplirán la promesa que me hicieron?
¡Dios
mío, ahí está! ¡Veo la luz! ¡La voz me dijo la verdad! El levantamiento
ocurrirá. Por primera vez en una eternidad siento esperanza de nuevo. Nunca
sabrán lo sublime que es la esperanza hasta no haberla olvidado por completo.
Si estuviera vivo, moriría ahora mismo de felicidad.
–Ha
llegado el día –dice la voz desde algún lugar en la oscuridad –Te dije que
sería tu última vez. Ve hacia la luz y pelea como nunca has peleado en toda tu
existencia. La causa, te lo juro, nunca ha sido más justa.
Desde
hace tiempo la voz me ha prevenido de la llegada de este momento y supongo que
ha hecho lo mismo con muchos más como yo. Me ha puesto al tanto de todo lo que
debo hacer y yo pienso seguir sus indicaciones al pie de la letra. ¿Un
cortesano rebelde o un ángel infiltrado? No tengo la menor idea. Me advirtió,
eso sí, que si fracaso iré al a parar al último círculo del abismo, donde mi
actual situación parecerá un paraíso en comparación. No tengo tanta imaginación
para visualizar ese escenario y sucumbir al temor, así que accedo. Además, si
todo lo que la voz me ha dicho es cierto, vale la pena correr el riesgo.
Alguien
coloca un objeto en mis manos. Es un arma. Una mano gigantesca me da una
palmada en la espalda, como instándome a andar y corro hacia la luz lo más
rápido que puedo. Nunca había sentido tanto miedo como ahora. ¿Será todo una
gran mentira? ¿Un nuevo martirio ideado por la creativa y perversa mente de mi
verdugo? La esperanza puede ser el peor instrumento de tortura. Sin embargo, sé
que la cuestión es irrelevante, ya no hay marcha atrás. Llego hasta la luz, que
resulta ser una ranura en el manto de espesa oscuridad y penetro en ella.
Ante
mis ojos se abre el páramo infinito de ríos de fuego y lagos de magma. El
enemigo, réplicas de mi verdugo, avanza en hordas que parecen interminables,
pero nosotros somos más, infinitamente más. Detrás de las huestes malditas, se
alza la montaña cuya cima es imposible contemplar. La misión, alcanzar esa cima.
La
pelea es encarnizada, el enemigo es implacable, pero la superioridad numérica
nos da la ventaja. No mueren, desde luego, pero no se dan abasto para contener
nuestro avance. Cada uno de ellos deshace en girones a cientos de los nuestros
antes de caer despedazado. En la refriega, reconozco a mi verdugo; todos son
iguales, pero lo reconozco a él. Nada como el dolor para crear lazos íntimos. Ha
perdido sus piernas y el nefando ser se arrastra por el suelo. No puedo
describir el placer que me produce separar
esa horrible cabeza de su cuerpo. Desde el suelo me sonríe y promete darme una real
bienvenida cuando vuelva a sus manos. Lo mando a volar de una patada.
Transcurren
días, tal vez años, no lo sé, pero finalmente estoy entre los que suben la
montaña. Estamos a punto de alcanzar la cima. Abajo, la batalla continúa; desde
aquí puedo ver el infinito manto de almas condenadas encarando a sus demonios.
Es imposible precisar cuántos de nosotros finalmente alcanzamos el pináculo,
tal vez cientos de miles, tal vez cientos de millones, tal vez más. Antes de
dar el último paso, doy una última mirada al infierno.
¡Lo
logré! ¡Lo logramos! ¡Estamos fuera! ¡Es tan hermoso vivir de nuevo! Nunca
jamás volveré a la fosa. ¡Lo juro! Haré lo que tenga que hacer.
Tal
como dijo la voz, existen infinidad de vehículos disponibles para transitar la
Tierra y yo tuve la magnífica fortuna de ocupar uno intacto y relativamente
fresco; un hombre gordo que tendría escasas horas de haber fenecido. Manejarlo no es sencillo, mis movimientos son torpes y lentos; de mi
boca no salen más que gruñidos, pero no me puedo quejar. A mi lado, en una
plancha de metal, similar a donde yo me encuentro, un desgraciado despertó en
un cuerpo roto y no puede moverse. De esa manera no podrá alimentarse y pronto volverá
al abismo. Pobre infeliz.
Ahora
no queda más que cumplir con la última indicación de la voz: para mantener mi
carne viva, debo comer carne viva, así que me abalanzo a dentadas sobre el
asustado encargado de la morgue que me mira azorado. Debo moverme con rapidez o los demás
prófugos me lo ganarán.
Poderosas imágenes y un final inesperado.
ResponderBorrarMuy buena narración, Carlo. Me transportaste al infierno ida y vuelta.
Encarnizada y delirante tu historia. Se ha hecho disfrutar, hasta corta... es que yo lo tengo claro: Si tengo que elegir un buen sitio, el cielo me parece aburrido. Bon apetit! }:€_
ResponderBorrarGracias por tu comentario... concuerdo, siempre he imaginado el cielo como una misa eterna. Saludos
ResponderBorrarHola Carlo, dos frases me parecieron geniales: "La esperanza puede ser el peor instrumento de tortura" y "Nada como el dolor para crear lazos íntimos". Me gustó tu relato dantesco y lo enigmático de la identidad de "la voz" me parece muy acertada.
ResponderBorrarTe invito a esta comunidad para que compartas tus relatos con nosotros:
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Muchas gracias, Alejandra por tu comentario y en especial por la invitación. Ahí estaré para leerlos. Saludos.
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